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sábado, 7 de abril de 2012

"MORAL HIGH GROUND”[1]




Por Lucio Falcone.

La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los criminales. La Patria no es abrigadora de crímenes.

José de San Martín. Ordenanzas Militares.

Una pequeña historia: La frase precedente y que titula a este artículo. No quiere ser una muestra de esnobismo. Simplemente, pretender destacar un punto. Uno que los que manejan la lengua de W. Shakespeare tienen bien en claro. Y con el cual nos vienen vacunando desde hace tiempo. Cual es que todo aquel que se empeñe en un combate, lo primero que debe hacer es colocar a la causa que defiende y -por concomitancia- a sí mismo, en el terreno de la superioridad moral. Precisamente, ellos lo saben muy bien. Especialmente cuando la apuesta es alta. Para citar solo un ejemplo entre muchos. Recordemos que cuando la Argentina recuperó sus Islas Malvinas. ¿Cuál fue el mensaje del gobierno británico? El que una dictadura sudamericana había invadidos un territorio destinado a la autodeterminación. Con ello lograban dos cosas. Primero, que el mundo olvidara que habían sido ellos quienes invadieran estas mismas islas más de un siglo atrás. Y, segundo, precisamente, lo que venimos diciendo. Que se colocaran en la denominada Moral High Ground. Nosotros, por nuestra parte, ¿qué fue lo que hicimos? Remedando a un poderoso monarca español, nos contentamos con aquello de que “Dios es argentino” y nos lanzamos a la aventura. Sin mayores trámites y preparativos. Pero sucedió aquello, de que si bien nosotros éramos los buenos, ni nuestra “Madre Patria” nos dio la derecha y votó en contra de nuestra causa. Con la cual perdimos el primer combate, el de la diplomacia. Después vendría todo lo otro.



Muchas historias dentro de la Historia: ¿Ustedes se preguntarán lícitamente a qué viene esta extraña introducción? Muy sencillo. Es siempre conveniente tener a la razón y a la justicia de nuestro lado. Por ello cuando se habla del rescate de nuestras fuerzas armadas, casi todos hablan de un problema presupuestario. Yo me inclino por un rescate moral. ¿De qué habla este tipo? Se preguntarán algunos. Agregando que ellas no necesitan algo como eso. Otros, en cambio, en la otra vereda, se interrogarán sobre la necesidad de tal rescate, ¿para qué? Se lo tienen bien merecido. Los primeros, seguramente, gente de pensamiento más o menos conservador. Basarán muchos de sus argumentos en la historia gloriosa de estas instituciones bicentenarias. Los segundos, gente de corte progresista, justificarán sus conclusiones focalizando sus análisis en los últimos 30 años, más específicamente en el denominado Proceso de Reorganización Nacional. Entonces, ¿Cuál es mi punto? El punto es que, reconociendo, por un lado la historia gloriosa de estas instrucciones. No se puede no admitir los gruesos errores cometidos por los conductores de esas mismas fuerzas en las últimas tres décadas. En consecuencia, sostengo que una fuerza armada que ha sido derrotada, especialmente una que lo ha sido después de derrotar a un enemigo inferior. Irremediablemente debe refundarse para volver a ser una fuerza efectiva en condiciones de volver a pelear.

Vayamos por partes. No cabe duda que nuestras fuerzas armadas tienen un pasado glorioso. Fundacional. Al que apelaremos luego. Pero, primero es lo primero. Cual es explicar el nudo gordiano de su pasado reciente. Este nudo comienza a atarse cuando estas fuerzas optan por una metodología equivocada para luchar contra una agresión terrorista. Y para colmo de males, deciden –sobre la marcha- hacerse cargo del gobierno de la Nación. Supuestamente, para poder ejercer en plenitud la mencionada metodología. Como si esto fuera poco, la rematan con una guerra internacional contra una potencia superior. De la que salen derrotados. Muchos del campo conservador se preguntarán respecto de la primera parte de esta proposición. ¿Por qué una metodología equivocada, si con ella se derrotó a la denominada subversión? Yo les respondo: Sí, se la derrotó física y hasta psicológicamente; pero no moralmente. Y aquí es donde estriba la diferencia. Concretamente, sucedió que un grupo reducido de madres que habían perdido sus hijos en esta lucha instaló la idea de que ellos no habían muertos en una pelea leal sino que habían sido torturados y masacrados. Y que, además, se había hecho desaparecer sus cuerpos. Y tenían razón. Ya lo hemos explicado en otros artículos. La guerra con mayúscula exige, como una buena pelea de boxeo, un nivel de paridad entre los contendientes. Por lo tanto, una fuerza armada cuando es atacada por un grupo de combatientes irregulares. Casi siempre, muy inferiores en número y en capacidades. Si ellas pueden hacerlo, deben evitar este combate. Y dejarle la pelea a sus primos menores, los cuerpos policiales. Si esto no es posible por la peligrosidad de los atacantes. Ellas se deben desarmar, minimizándose para no caer en el denominado “Síndrome de Goliat”. Ya que para cualquier observador externo toda acción llevada a cabo por las fuerzas regulares será percibida como un abuso. Más de allá de la percepción. Lo concreto es que se producirán abusos. Los que serán denunciados por sus integrantes más sensibles. Tal como sucede hoy, por ejemplo, entre las Fuerzas de Defensa de Israel. Vendrían, luego, como lógico corolario, las recriminaciones que terminarán por enredar a e esas fuerzas en un debate moral, del que saldrían, con certeza, perdidosas. Si para colmo de males, a este combate desigual, le siguiera uno contra una fuerza equivalente. Otra de características regulares. Donde estas mismas fuerzas salieran derrotadas en buena ley. El colapso moral sería completo. Como complemento lógico, su disciplina se vería seriamente afectada. Y en consecuencia su valor como una fuerza organizada y eficaz seriamente disminuido. Por estos y otros motivos, no fue una casualidad que este proceso se completara con varias sediciones y sublevaciones militares.

¿Qué hacer?: Se preguntará el lector qué hacer ante tan lúgubre panorama. Ya he contestado a esta pregunta en una nota que lleva precisamente este título. No quiero repetir conceptos ya enunciados. Sí analizar unos nuevos. Solo para recordar sus ideas principales. En ella se planeaba que el principal problema de las fuerzas armadas, no era presupuestario, sino el determinar su misión. Al respecto, se proponía un mayor énfasis en las misiones subsidiaras. Vale decir, misiones de paz y de apoyo a la comunidad, básicamente. Obviamente, sin descuidar la principal, pero aclarando que no había que limitarla a las amenazas estatales, dada la irrupción de los actores no tienen ese carácter. En ese mismo artículo, aclarábamos que las prioridades eran. Primero, los hombres, después la ideas; y finalmente los fierros. Que encontraban, especialmente los dos primeros factores, su mejor síntesis en un proyecto educativo de hombres y mujeres formados para la acción bajo un ethos militar común.

La historia que se viene: Los excesos cometidos por el Estado argentino en la represión contra el terrorismo en los años 70. Fueron seguidos por los abusos en la reparación a los daños sufridas por las víctimas y sus familiares a principios de este siglo. Donde muchas víctimas -que no eran tales- fueran injustamente resarcidas. Y, de paso, muchos militares fueron encarcelados con dudosos procedimientos procesales. Esta afirmación no pretende ocultar el hecho de los excesos. Los que existieron, y los que idealmente en su momento, deberían haber sido juzgados por la propia Justicia Militar cuando esta existía y era competente. Pero, ésta no se atrevió a hacerlo. Perdiendo el gobierno militar otro peldaño de su High Moral Ground. Pero para ser justos, hay que reconocer que dos sucesivas administraciones democráticas con sus respetivos poderes legislativo y judicial entendieron que era mejor no seguir adelante con los juicios contra los militares y los terroristas; apostando a la concordia. Paradójicamente, las acciones reparadoras que vinieron después han sido encaradas por ese mismo Estado, pero con una administración de distinto signo. Rompiendo con ello, entre otras cosas, todo principio de continuidad jurídica. Pero aunque tanta contradicción parezca mucho. Tampoco, sería de extrañar que una próxima gestión estatal vuelva a impulsar el péndulo ideológico en la dirección contraria. Los duros cuestionamientos a las organizaciones de DDHH fruto de los escándalos administrativos, así lo hacen presagiar. Esta vez sería el turno de éstas en el descenso de las tierras altas a los bajos de la condena moral. Pero, sería un nuevo error tratar de corregir una injusticia con otra. Obviamente, aquellos encarcelados injustamente deberán ser liberados. A la par de que se deberá iniciar un verdadero proceso de reconciliación nacional. Tal como lo han impulsado naciones tan dispares con El Salvador o Sudáfrica después de sufrir largos periodos de enfrentamientos fratricidas. No hacerlo así sería seguir regando la planta de la discordia. La que no tardaría de madurar y explotar una vez más. Pero, por otro lado, los militares como el brazo armado de la Nación no deberían interpretar una probable mayor benevolencia estatal respecto de su pasado como una vuelta a la impunidad. Si algo debieron aprender en estos 30 años de calvario. Es que siempre deberán ajustar su conducta a la satisfacción permanente de una sana moral de combate. Ajustada a los modernas exigencias de los DDHH. Aun en situaciones de violencia extrema como la guerra sus integrantes deberán ajustar su conducta a las normas y usos de la guerra civilizada. Un fragmento de las mismas ha servido de introducción al presente artículo. Que no son otra cosa, le aclaramos a los conservadores, que la versión contemporánea de las instrucciones que les dio el General San Martín a sus tropas antes de la Campaña del Perú. Pero, quiero remarcar y reiterar su frase central: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes.”

El remate de la historia: No me cabe duda que una vez reconquistado este terreno de la mencionada superioridad moral. Nuestras fuerzas armadas solucionarán con facilidad la larga ristra de problemas que arrastran desde hace décadas. Démosle a estas fuerzas una razón de ser, y en consecuencia una razón para combatir, que todo lo demás se les dará por añadidura.

[1] Moral high ground: deriva de la idea establecida por Robert H. Frank en su obra: What Price the Moral High Ground? . En la misma desafía la idea de que hacer el bien solo tenga un beneficio per se. Frank a partir del estudio de casos económicos, psicológicos y hasta biológicos argumenta que en un ambiente altamente competitivos el apego a principios superiores otorga una ventaja para quien los sigue. Ya que uno se transforma en un socio más atractivo para socios potenciales. Por extensión, el concepto los usan, por ejemplo, movimientos políticos que buscan legitimarse, especialmente aquellos que enfrentan amenazas violentas y que necesitan del apoyo y de la simpatía del medio social en el cual se mueven.

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